viernes, 22 de mayo de 2009

WESTERN



Hace unas semanas volví a ver en TV La diligencia, de John Ford. Hacía mucho que no la revisitaba (revisitar, qué apropiada palabra), y me sorprendió no encontrarme con la pieza de arqueología que en el fondo esperaba, sino con una obra maestra capital llena de fuerza y frescura. Pero es que Ford es mucho Ford... El caso es que la visión de la película me hizo recordar un articulo, en el curso de la cual éste afirmó que el western es el cine, su esencia misma y el género que mejores frutos le ha dado. Estoy básicamente de acuerdo con él. Y, como una cosa lleva a la otra, me puse a considerar cuáles eran, en mi opinión, los mejores westerns de la historia.Un momento, un momento –dice una voz-; ¿estás hablando de películas del Oeste? ¿Indios, vaqueros, duelos y todo lo demás? ¿Y dices que eso está a la altura de Bergman, Kieslowski, Godard, Fellini y el resto de grandes nombres del séptimo arte? No, respondo, a su altura no: muy por encima en muchos casos.El western es un género (tanto literario como cinematográfico) muy curioso. En realidad, debería ser considerado un subapartado de la narrativa histórica, ya que se centra en un territorio específico (América del Norte) y en un periodo del pasado que cubre, más o menos, los siglos XVIII y XIX, aunque suele centrarse en este último. Sin embargo, hay cuando menos un factor que lo dota de una especial personalidad: ser una narrativa de frontera. De un lado tenemos la barbarie (la naturaleza), de otro la civilización; en medio, el ser humano. ¿Cómo se conjugan esos tres factores? ¿Es la civilización una respuesta a la barbarie? ¿O acaso la civilización no es más que una forma ordenada –y por ello más terrible- de salvajismo? En realidad, el western es una estilización de la vida que consiste en quitarle a la realidad todo lo accesorio y dejar sólo lo fundamental. Sentimientos, pasiones, ideologías, política, justicia, el mal y el bien, todo ello aparece en el western de forma descarnada, sin tapujos ni disfraces. El eje de este género no son los revólveres ni los duelos, sino la naturaleza del ser humano y su relación con el entorno y los demás.Me estoy refiriendo, claro está, a los buenos western, porque no cabe duda de que se han filmado innumerables peliculillas del Oeste a las que sólo cabe calificar de deleznables. Sí, hay mucha mala película del Oeste, mucho tópico sin interés; pero es que hay mucho malo de todo. No obstante, los grandes western son cumbres de la narrativa cinematográfica, así que centrémonos en ellos. voy a proponer una lista de lo que, en mi opinión, son las diez mejores películas del Oeste de la historia. Como ocurre con toda “lista de 10”, hay notables e injustas ausencias; sin embargo, puedo asegurar que, si bien no están todas las que son, sí son todas las que están.Y el primer problema que me surge a la hora de elaborar la lista tiene nombre: John Ford. Porque, siendo justos, la mitad de las películas de esta lista deberían ser suyas. Pero eso limitaría demasiado el panorama, así que he decidido reducir la aportación de Ford a “sólo” tres films.
La diligencia (1939). Mi padre adoraba esta película; decía que era un compendio de todo el género del Oeste, y tenía razón. En ella está el sheriff, el pistolero, la banda de cuatreros, los indios, la caballería, la puta, el médico borracho, el jugador, el caballero del Sur, en fin, los arquetipos básicos del western. Analizada superficialmente, podría decirse que resulta demasiado tópica, pero no debemos olvidar que La diligencia definió las pautas del western moderno, unas pautas que luego han sido copiadas hasta la saciedad. Además, el tratamiento que Ford hace de los tópicos siempre es distinto, siempre es poético y estimulante. La persecución final de los indios a la diligencia es la madre de todas las persecuciones cinematográficas posteriores; un auténtico portento de planificación y ritmo que jamás ha sido superado (pero sí muy imitado).
Centauros del desierto (1956). Una niña blanca es raptada por los indios. Su tío Ethan (John Wayne), acompañado por un joven (Jeffrey Hunter), la busca obsesivamente durante muchos años. Cuando finalmente la encuentra y la ve convertida en una india, empuña su revólver y se dispone a matarla... La complejidad y sutileza de esta película es tan inmensa que cada vez que la veo (y la he visto numerosas veces) descubro algo nuevo en ella. Simplificando, podría decirse que es un alegato contra el racismo, pero va mucho más lejos. Centauros del desierto habla sobre la soledad, sobre la pérdida, sobre la familia y el honor, sobre la ambigüedad de los sentimientos... sobre la naturaleza humana en definitiva. Nada es lo que parece en esta magistral película; por ejemplo, si prestamos mucha atención a la relación entre Ethan y su cuñada, empezaremos a preguntarnos si el personaje interpretado por Wayne está buscando a su sobrina... o a su hija.
El hombre que mató a Liberty Valance (1962). Un pueblo vive sojuzgado por el terror que impone la banda de malhechores liderada por Liberty Valance (Lee Marvin). Nadie hace nada –ni siquiera el personaje interpretado por John Wayne, el único que podría acabar con Valance- hasta que llega del Este un pacífico abogado (James Stewart), que se enfrenta a Valance, primero mediante el recurso a la ley y, finalmente, en un duelo que acaba con la muerte del asesino. ¿Parece una historia tópica? Pues no señor, todo lo contrario. Ford, que había sentado las bases del western clásico con La diligencia, las destruye ahora mostrándonos el lado oculto (y oscuro) de las leyendas. Tampoco aquí las cosas son lo que parecen. Stewart no mató a Valance en el duelo: lo mató Wayne, de lejos, oculto, con un rifle y por la espalda. Stewart acaba utilizando su supuesta proeza (que él sabe falsa) para convertirse en un político populista y manipulador. Wayne tampoco es un héroe, sino un hombre hosco, indiferente, resentido y racista. Y es que no hay héroes en esta película; de hecho, el único personaje enteramente digno y honesto es el negro que trabaja para Wayne (interpretado por Woody Strode), un hombre absolutamente fiel y honesto que es tratado casi como un esclavo por su patrón. El hombre que mató a Liberty Valance, además de ser una de las grandes obras maestras de la historia del cine, marca el comienzo del periodo desmitificador del genero.Y aquí se acaba la aportación de Ford a mi lista. Una lista que, no obstante, debería incluir cuando menos dos títulos suyos más: Pasión de los fuertes (1946) y El sargento negro (1960). Para terminar con él, permitidme una anécdota. Cuando un periodista le preguntó a Orson Welles quiénes eran, en su opinión, los tres mejores directores de la historia del cine, Welles respondió: “John Ford, John Ford y John Ford”.
Winchester 73 (Anthony Mann, 1950). Dos hermanos –ambos extraordinarios tiradores de rifle-, interpretados por James Stewart y Stephen McNally, están enfrentados a muerte por el asesinato de su padre a manos de McNally. Stewart persigue a su hermano sin descanso por el territorio de Kansas. Cuando lo encuentra, se inicia un enfrentamiento que comienza con un concurso de tiro y termina con uno de los más vibrantes e inteligentes duelos -con rifle y a mucha distancia- jamás filmados. Simultáneamente, la película describe el periplo de un rifle –el que da título al film- que va pasando de mano en mano hasta regresar junto a su dueño. Winchester 73 es una obra tensa y violenta que acaba adquiriendo las proporciones de una tragedia griega. La traición, la venganza, el destino y la muerte; esos son los temas centrales de esta obra maestra.
Raíces profundas (George Stevens, 1953). Intentando rehacer su vida, Shane, un ex-pistolero interpretado por Alan Ladd, llega a un valle en el que los agricultores están sojuzgados por los ganaderos. Shane comienza a trabajar en una de las granjas y, pese a su inicial rechazo de la violencia, acabará ayudando a los agricultores en su lucha contra los ganaderos. Un relato tópico, mil veces contado, al que Stevens consigue conferir una nueva dimensión narrándolo desde el punto de vista de un muchacho. Y es que, en realidad, Raíces profundas es una historia de amor imposible entre un hombre, una mujer y un niño.
Río Bravo y El Dorado (Howard Hawks 1959-1967). ¿Por qué, refiriéndome a una sola película, incluyo aquí dos títulos? Porque ambos films son obra del mismo director, cuentan exactamente la misma historia y están protagonizados por el mismo actor, John Wayne. Un pistolero a sueldo (Wayne) llega al pueblo de El Dorado en busca de su mejor amigo (Dean Martin/Robert Mitchum), que es sheriff del lugar y un patético borracho. Wayne ayuda a su amigo a superar el alcoholismo y a enfrentarse a un grupo de pistoleros contratado por un terrateniente local... Pero lo cierto es que el sencillo argumento de ambas películas carece de importancia. Lo realmente interesante son los personajes y sus relaciones, los diálogos y las situaciones. Como en muchas de sus obras, Hawks habla en Río Bravo/El Dorado sobre la amistad, el respeto a uno mismo, el trabajo bien hecho y la alegría de vivir, a lo que añade, en el caso de El Dorado, una irónica mirada sobre la vejez y la decadencia.
Valor de ley (Henry Hathaway, 1969). A Hathaway, por algún motivo, siempre se le ha negado el marchamo de artista para relegarlo al humilde puesto de artesano. Esta película, magistral ejemplo del llamado “western crepuscular”, demuestra que eso es mentira. Mattie Ross (Kim Darby), una muchacha en principio absolutamente insoportable, contrata los servicios de Rooster Cogburn (John Wayne), un viejo sheriff tuerto y borracho, para que encuentre a los asesinos de su padre, e insiste en acompañarle. El film cuenta la historia y las peripecias de ese viaje y esa venganza, pero sobre todo describe la relación entre dos espléndidos personajes–Mattie y Cogburn-, a los que se les une La Boeuf (Glen Campbell), un surrealista cazarrecompensas miope. Además de la abrumadora belleza de los escenarios naturales en que fue rodada, Valor de ley ofrece una estimulante mezcla de violencia (en ocasiones extrema), ternura, humor y poesía. John Wayne recibió el único Oscar de su carrera por su interpretación en esta película. Os aseguro que es uno de los premios de la Academia más justos que jamás se han entregado, porque Wayne consiguió con su actuación componer uno de los mejores personajes de la historia, no sólo del western, sino del cine en general, ese Rooster Cogburn, viejo, borracho, tosco, sarcástico, violento... y entrañable.Un último punto que a nadie interesa, pero que no quiero privarme de reseñar. Antes de rodarse la película, mi padre me regaló la novela en que está basado el guión (True grit, Charles Portis). Yo tenía por aquel entonces unos dieciséis años y recuerdo que la novela me gustó mucho. Más tarde, cuando el film se estrenó en España, fui a verlo con mi padre. Debió de ser de las últimas películas que vi con él. La última: La hija de Ryan, de David Lean.
Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969). Una banda de forajidos intenta asaltar el banco de una pequeña población del suroeste, pero los ladrones caen en una emboscada y son tiroteados por un nutrido grupo de cazarrecompensas. Los forajidos supervivientes, tenazmente perseguidos por los cazarrecompensas, inician entonces una huída que les conducirá a México, lugar donde, en un acto de redención suicida, se enfrentarán a todo un ejército y serán masacrados. Cuando los cazarrecompensas llegan, sólo encuentran cadáveres.La acción de esta película se desarrolla en 1913, cuando la época dorada del Oeste había pasado a la historia. Sus protagonistas (unos magníficos William Holden, Robert Ryan, Ernest Borgnine, Ben Johnson, Warren Oates y Edmond O’Brien) son seres anacrónicos cuyo individualismo y libertad chocan con las normas de una sociedad cada vez más represora. Lo que representan ya no tiene sentido, así que deciden morir por unos valores –honor y amistad- tan desfasados como ellos mismos. A caballo entre la melancolía y la violencia, Grupo salvaje es el paradigma del western crepuscular.
Las aventuras de Jeremiah Johnson (Sidney Pollack, 1972). A mediados del siglo XIX, un ex-soldado llamado Jeremiah Johnson abandona la ciudad y se dirige a las montañas para vivir como trampero. Una vez allí, y con la ayuda de un viejo pionero, aprenderá todo lo necesario para sobrevivir en un medio natural y salvaje. Al mismo tiempo, iniciará una amistosa relación con los nativos y acabará casándose con una india. Pero un día, miembros de una tribu rival (los crow) asesinan a su familia; Johnson, roto de dolor se venga de los crow, prende fuego a su cabaña e inicia una vida errante y solitaria. Entre tanto, los crow, en una especie de contravenganza, comienzan a enviar a sus mejores guerreros, de uno en uno, para acabar con Johnson. Pero Johnson los vence a todos, hasta que finalmente es reconocido y aceptado como un guerrero legendario.En plena eclosión del western revisionista y crepuscular, Pollack y Redford decidieron rodar una película que parecía volver a los orígenes del género: los pioneros. En el fondo, no es de extrañar; eran principios de los setenta, tiempos de contracultura y ecologismo, así que ese retorno a la naturaleza que describe la película estaba en plena sintonía con la época. En este mismo sentido debe contemplarse su condición de “western pro-indio”. Pero no es nada de esto lo que confiere grandeza a la película; a fin de cuentas, otros films contemporáneos, como Un hombre llamado caballo (1970), iban por el mismo camino y no por ello se convirtieron en obras maestras. Lo que hace grande al film de Pollack es el fascinante tono entre surrealista y onírico que preside la narración, esos personajes extraños y vagamente irreales, esas situaciones que parecen surgidas de la mente de Lewis Carroll, esa naturaleza que acaba convirtiéndose en un territorio mítico y ancestral. Las aventuras de Jeremiah Johnson describe el nacimiento de una leyenda, pero no desde un punto de vista naturalista, sino poético.Nota: por lo visto, el tal Jeremiah Johnson existió realmente y, como se cuenta en la película, vengó la muerte de su familia acabando él solo con un grupo de guerreros crow. La diferencia es que, en vez de limitarse a matarlos, también se comió sus hígados, por lo que desde entonces se le conoció como Johnson “comedor de hígados”. La verdad, no me imagino a Redford comiéndose las vísceras de nadie...
Sin perdón (Clint Eastwood, 1992). Un cliente insatisfecho (y borracho) le corta la cara con un cuchillo a una puta. Las demás prostitutas del burdel juntan todos sus ahorros y ofrecen una recompensa a aquel que mate al tipo que desfiguró el rostro de su compañera. William Munny (Clint Eastwood), un viejo pistolero retirado, viudo y con dos hijos, decide aceptar la oferta y parte a cumplir la venganza en compañía de un antiguo amigo (Morgan Freeman) y un joven aprendiz de pistolero. Pero el brutal sheriff del lugar (Gene Hackman) está decidido a impedir la venganza...Describir el argumento de Sin perdón es quedarse en la piel. Cada secuencia, cada plano, cada diálogo, todas y cada una de las extraordinarias interpretaciones, el magnífico guión, la magistral dirección, cada segundo de esta película es un prodigio de narrativa y oscuro lirismo. Imaginaos un cóctel en el que mezclarais un 60% de Ford, un 30% de Mann y un 10% de Leone, y comenzaréis a haceros una idea de lo que es la obra maestra de Eastwood. En realidad, se trata de la segunda gran desmitificación del western (después de El hombre que mató a Liberty Valance), un ejercicio de sabio revisionismo en el que Eastwood parece querer decirnos: todo lo que te hemos contado hasta ahora sobre el Oeste es mentira; en realidad, aquello fue un horror sin el menor rastro de épica y nobleza.Pero, paradójicamente, al mismo tiempo que desmitifica, Eastwood confiere a su narración un tono progresivamente mítico, hasta alcanzar ese contundente clímax final en el que Munny, transformado de nuevo en un monstruo sanguinario, se enfrenta al sheriff, a sus ayudantes y a todo el pueblo en un dantesco tiroteo. Es curioso: cuando todo el mundo daba por muerto al western, Eastwood dirigió uno que, hasta el momento, es la última gran obra maestra producida en Hollywood.Y ya está, se acabó; ésta es mi lista de los diez mejores western de la historia. Pero antes de poner el punto final a este larguísimo post, me gustaría hacer dos o tres comentarios finales. En primer lugar, sobre el spaghetti western. Antes he dicho que lo considero deleznable, y lo sigo diciendo; no obstante, aportó un valioso rasgo estilístico: la cutrez. Lejos de las estilizaciones de los clásicos, los directores italianos, con Leone en cabeza, mostraron un Oeste feo, sucio y miserable. Es decir, tal y como era de verdad. Esta aportación, justo es reconocerlo, influyó decisivamente en películas tan valiosas como las aquí citadas Grupo salvaje y Sin perdón.Otro punto, más general, tiene que ver con el actual estado del cine norteamericano. Fijaos en los personajes que interpreta John Wayne en Centauros del desierto y en El hombre que mató a Liberty Valance. Son personajes turbios, con claroscuros, poseedores de grandes virtudes, pero también de inmensos defectos. Pues bien, ninguna gran estrella de Hollywood (y Wayne lo era en su momento) aceptaría interpretar ahora esos personajes. Hoy por hoy, sacar adelante un gran producción comercial requiere la presencia de una estrella, lo cual se traduce en una tiranía de los actores, que intervienen en el guión y modifican sus personajes para hacerlos inmaculados y radiantes. Es decir, de una pieza y sin ningún interés. Quizá ése sea uno de los principales motivos del pésimo momento artístico que aqueja a Hollywood.Por último, quisiera llamar la atención de quienes no valoran el western sobre un punto: ocho de las diez películas de esta lista son abiertamente poéticas, cuando no arrebatadoramente líricas. Y todas ellas, sin excepción hablan sobre la naturaleza humana. El western es mucho más que historias de revólveres y caballos.

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